Arrr! Ese era el grito de abordaje cuando la bruma bajaba y la borda estaba cerca.
Creerás que este era un barco pirata común, si piensas eso, estás muy equivocado. El Santa Marta, una antigua fragata de la Armada Real Española, llegó a ser un barco legendario, pero no precisamente por un capitán admirable o valeroso. Al contrario, el Santa Marta fue famoso por su desgobierno a la par que por su ferocidad. Todos podíamos decidir qué carraca dejar pasar o cuál atacar, desde el marmitón hasta el segundo de a bordo, todos podíamos gritar más alto que el resto o hacer valer nuestros puños.
No era raro que las carracas del rey pasasen a nuestro lado y su tripulación se quedara absorta contemplando cómo en la cubierta del barco había estallado una pelea en la que volaban palos, puños y barriles de ron a partes iguales. Cuando, al fin, llegábamos a un acuerdo sobre la conveniencia del abordaje, el mercante se había perdido en lontananza. Ahora bien, si el que fuera capitán en aquel momento se imponía, nos comportábamos de una manera feroz, como un enjambre de insectos furiosos caíamos sobre nuestra presa y no dejábamos ni la botavara.
Sin embargo, nuestra leyenda no se forjó por nuestros saqueos o botines. No, todos nuestros compadres pensaban que, con esa forma de proceder tan caótica, no íbamos a durar con los mástiles intactos ni dos días en el Caribe y, mírame, aquí estoy, con dos manos y dos piernas… Esta es la historia del Santa Marta.
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